El Reino de España tiene un
problema gravísimo: la corrupción. Aun no puede percibirse en su plenitud todo lo
que nos han robado, porque esas vergüenzas se esconden bajo un velo muy tupido con
el que están empeñados en ocultarlas las más altas instancias y los máximos
poderes del Estado, precisamente los que estarían obligados a castigarlas y
ponerlas a la vista de todos los ciudadanos, en definitiva los perjudicados por
tan generalizada golfería. Las cantidades robadas son enormes, lo que tiene que
hacernos pensar que si esa riqueza en lugar de estar depositada en paraísos
fiscales, al margen de la economía española estuviera produciendo en el país, a
buen seguro que el paro sería mínimo o quizás gozaríamos del ansiado pleno empleo.
Pero no, la realidad es muy otra. Durante muchos años nos han robado a mansalva,
en primer lugar, aquellos a los que los ciudadanos habían dado su confianza,
precisamente para que defendiera lo de todos, lo público. Pero no fueron sólo
políticos los que participaron en este gran aquelarre, sino que con ellos,
acompañándoles, había otra mucha gente de las altas esferas sociales, como
banqueros, grandes empresarios…y un largo etcétera de lo más granado de la
marca España.
A estas alturas en todo el planeta
se sabe que éste es uno de los países más corruptos que existen. La prensa
internacional informa cada día de los nuevos casos de corrupción que se van
conociendo, que en nuestro país el dinero negro, pasando de una mano a otra en
maletines o en bolsas de basura, es algo habitual. Así, los observadores
extranjeros no se explican, que ante el galopante deterioro que esa lacra ha
producido en las condiciones de vida de la población –en los de abajo, claro
está-, no se haya producido ya una revolución en la que se echen a la calle
millones de personas –muchos más de los que salieron el 15M– para llevarse por
delante al sistema junto con la
Monarquía , sus banqueros y el nefasto bipartido que ha
monopolizado el poder y a lo que se ve, también los recursos derivados de éste.
Nadie confía ya en las posibilidades de supervivencia de la Monarquía española.
El problema es aún mayor, si
cabe, si tenemos en cuenta que la corrupción es vista por muchas de sus propias
víctimas como algo natural. Es lo que ha venido ocurriendo en esta España de
falsa democracia en la que la gente incluso ha votado repetidamente a personas
condenadas por corrupción otorgándoles la mayoría absoluta. Frases como “yo haría lo mismo”, “todos roban” o “aunque roba me gusta como gobierna” son sintomáticas de hasta dónde llega la
corrupción, al convertir en cómplices a cientos de miles o millones de
personas. Es evidente que esa gente también es corrupta, y lo que es más grave
lo hace no sólo gratuitamente, sino costándole el dinero. ¿Qué calificativo
habría que dar a esos entusiastas? El de corrupto queda corto por demasiado
benevolente. Otórguele el lector el que estime más apropiado del amplio
repertorio que ofrece la lengua castellana.
Como se ve el sistema político
instaurado en España en la famosa Transición, segunda Restauración borbónica,
tan alabada por la prensa española a su servicio, es una especie de zombi
agusanado que espera ser enterrado definitivamente. Cada día son más los
millones de españoles indignados y dispuestos a rescatar el dinero que les
pertenece y que permanece a la sombra en cuentas bancarias en paraísos
fiscales, cuando son sus titulares los que deberían estar a la sombra una buena
temporada. Se trata, nada más y nada menos, que de tener la vergüenza necesaria
para arrojar a las cloacas de la historia, con todas sus consecuencias, a las
clases dirigentes de este desventurado país.