El rey de Marruecos es mucho más
que el jefe del Estado de un país vecino para el rey de España, según ha dicho en
numerosas ocasiones, como un hermano. Mediando una relación tan fraternal es
lógico y natural que se presente de visita en cualquier momento y ocasión, sin
importarle para nada que los musulmanes se hallen en pleno ayuno del Ramadán, Juan
Carlos es tan campechano con todos y tan familiar con el rey marroquí, que allá
va, cualquier día y a cualquier hora. Hay confianza para ello. Cabría pensar
que viaja buscando a un amigo con el que desahogarse, porque la Monarquía está en España
en sus horas más bajas. “Ay, Mohamed,
hermano, cada vez tengo más gente en contra. A mi familia y a mí nos abuchean
en todas partes: en el fútbol, en la calle, en las universidades, en los
teatros…en todas partes…” Pero no, para
eso no se necesita un séquito como el que se ha desplazado a Marruecos, nada
más y nada menos que cinco ministros, nueve ex ministros de Asuntos Exteriores –hasta
uno que lo fue con la UCD-
y 27 importantes empresarios.
La visita ha sido calificada oficialmente
como muy importante porque según se
dice a bombo y platillo ya hemos desplazado a Francia como el país con mayores
inversiones en Marruecos con 20.000 empresas establecidas. No cabe duda de la
importancia del viaje, pero… ¿para España o para Marruecos? Porque esas 20.000
empresas hace algunos años estaban a pleno rendimiento en nuestro país y
decidieron deslocalizarse estableciéndose en Marruecos, donde los trabajadores
–incluidos niños de escasa edad- tienen que soportar salarios muy bajos y la
falta casi absoluta de derechos laborales. El resultado de nuestras estrechas
relaciones con Marruecos y otros países donde se explota a la población al
límite, ha sido el desmantelamiento casi total de nuestra industria y la ruina
de nuestra agricultura. Ahora la más alta magistratura del Estado pretende
abrir el camino a nuevos empresarios a fin de que aumenten sus beneficios estableciéndose
en el país vecino, no importa que sea a costa de la miseria galopante de la
sociedad española. ¡Fantástico! A estas alturas ya deberíamos saber que sus más
preciados ideales sólo se identifican con el aumento de sus beneficios.
A ese lamentable concepto de cómo
defender los intereses de España hay que añadir un asunto más: el contencioso
pendiente sobre el Sahara, donde España dejó abandonados a los habitantes de un
territorio que administraba y del que huyó de forma vergonzosa, entregándolo a
Marruecos. Por aquellas fechas, el 2 de noviembre de 1975, el flamante rey de
España, Juan Carlos I, ante jefes y oficiales del ejército español dijo que se
comprometía a proteger. “los legítimos
derechos de la población saharaui ya que nuestra misión en el mundo y nuestra
historia nos lo exigen”. En qué poco ha valorado desde entonces la misión
de España en el mundo y en qué poco nuestra historia. Claro que el valor de su
palabra para el resto de los mortales tampoco puede exceder el de un céntimo de
euro, por no decir de peseta, que aunque valdría menos, ya no está en
circulación.
Crece la indignación entre los
saharauis, que sufren el asesinato y el encarcelamiento por parte de Marruecos y
también entre los españoles, que se ven arrastrados a la ruina y a la miseria
por un sistema tramposo de Monarquía parlamentaria, instaurada bajo la etiqueta
de democracia sin serlo y en el que miles de corruptos y corruptores han robado
a mansalva. Mientras tanto, todo está preparado para que las noticias de
televisión nos informen del gran éxito de la visita. Ambos monarcas se besan
cariñosamente y todos pensamos que son tal para cual.
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